lunes, 31 de octubre de 2016

Juanito

Juanito

Mira otra vez tu uniforme chamaco, la maestra ha de decir que no te lavo, a penas vamos en camino y ya vas todo terroso, ¡Ay Pilcatito! Pues que hemos caminado ni cien metros y ya vas hecho un polvorón, mira tu camisa, ya va cucheca, y tan bonita que me había quedado la raya de tu peinado. ¿Así vas a recitar?

Parecía la misma cantaleta de cada viernes, así regañaba doña Nacha a su nieto Juanito. Cada mañana lo levantaba a la misma hora, a regañadientes, porque el chamaco se la pasaba juegue y juegue hasta bien tarde. Al niño le encantaba escuchar las historias entrecortadas que le contaba la abuela, las mismas historias de siempre, de las que nunca se sabía el final porque entre los trajines de todo el día, Doña Nacha terminaba sin fuerza para seguir contando cada que al chamaco se le ocurría preguntarle.

Juanito era hijo único, el desgraciado que era su padre nomás engañó a la Isela, la enamoró en un baile. Ya se conocían de antes, pero el recanijo nomás la quería para pasar el rato. La enamoró, le prometió la boda y toda la cosa. La iba a ver a casa de su tía Petra. Ella era la mera alcahueta.

Cuando el mentado Juan llegaba a la casa de doña Petra, ella, hasta refresco le ofrecía, se miraba que quería a la Isela a la buena... nomás la enamoró. Quesque según iba a juntar para la boda. Le dio puro tenmeacá, purititas promesas. A la Isela le gustaba el fulano. Si estaba re guapo y bien varonil con su sombrero y pues el muchacho sabía trabajar. Se dejó llevar por la calentura. Lo único que le dejó fue una buena panza. Cuando se enteró de su embarazo se fue pal otro lado. Le dijo que iba a juntar para la boda. Puras promesas. Isela se quedó con dos palmos de nariz. Tuvo que ponerse a trabajar. Ni la prepa había acabado. Y luego su madre sola.

Doña Nacha había enviudado hace tiempo. Su marido, siempre fue bueno con ella. Él sí la había ido a pedir a la buena. Se casaron jóvenes, los dos de 19. Le salió bien trabajador don Tiburcio. Pero le picó la víbora en el monte y lo hallaron hasta el otro día.  Antes de Isela había tenido a Buchito, pero también se le murió de tisis. Estaba bien chiquitito, y ella estaba embarazada de Isela.  No tuvieron más chamacos. Pero la Isela se fue y le dejó al Juanito.

Isela le creyó al Juan sus promesas: que iba a regresar, le dijo, y esperó seis meses que regresara, a los dos meses tuvo una carta... Luego silencio, se había ido a trabajar en el campo en California. A los 6 años regresó, con su esposa y dos hijos,  trayendo de nuevo la desgracia a su vida. Ella supo que se había casado por otros del pueblo que trabajaban también en Santa Bárbara.

Desde que engañaron a su hija, Nacha le tenía tirria a su hermana Petra, decía que por su culpa se burlaron de la chamaca. Isela se puso a trabajar, al poquito de tener al Juanito. El pilcatito no tenía la culpa y pues desde que nació se ganó el cariño de la abuela. Era todo su querer. Le gustaba cantarle la de amor chiquito. Isela se fue a trabajar a México con una familia que necesitaba muchacha. Y pues ni modo de llevarse al chamaquito. Ellos le pagaban cada mes y casi todo lo que le pagaban se lo mandaba a doña Nacha, para ir criando al niño. Doña Nacha vendía cenas: tostadas, flautas, y a veces pozole. El pilcatito la acompañaba, así no se sentía sola.

Juanito siempre fue muy juguetón, le gustaba tirarse en el suelo para arrastrar sus carritos o jugar a las canicas. Ya tenía 6 años, le gustaban las agüitas, no le gustaban las bombochas, pero sí era bien abusado para jugar y sacar de todas, tenía hasta balines.

A juanito no le gustaba hacer tarea, le chocaban las frases bobas con las que querían enseñarle las letras: ese oso es de Susy; mi mamá me mima. Ni si quiera recordaba bien a su mamá, aunque iba a verlo a veces y siempre le llevaba más juguetes. Lo que sí recordaba era esa foto que tenía doña Nacha de Isela saliendo de la secundaria. Le parecía que esa adolescente ya era grande, le parecía muy bonita, pero no le parecía una mamá, no como las de sus amigos, casi todas señoras ya mayores.

El diez de mayo le recitaba siempre a doña Nacha, mamá Nacha le decía, la quería como su madre, ella siempre lo bañaba, y lo despertaba para ir a la escuela, aunque el fin de semana él solito se levantara para salir a jugar canicas.

En ese mayo fue cuando el Juan vino con su nueva familia. Isela no lo vio, pero doña Nacha se lo topó mero en la misa. Le agarró bien fuerte la muhina y se fue llorando del coraje casi arrastrando al chamaco por toda la plaza y las calles que llevan a su casa. Para colmo, en la noche la señora del desdichado fue a comprarles la cena, doña Nacha hizo más coraje, pero les hizo las tostadas. Cuando iban a pagarle fue tajante:

-Lléveselo, y dígale al desgraciado de Juan que yo solita tengo para cuidar de mi chamaco.

La mujer no supo qué decir. No entendió o se hizo la disimulada.

Esa noche doña Nacha se la pasó llorando en silencio en su cama, ni si quiera le respondió a Juanito cuando el niño preguntaba de la historia de cuando su abuelo la montó por primera vez en un caballo. Cada lágrima derramada era un recuerdo y también una maldición a quién la llenó de amargura al alejarla de su hija Isela.

Juanito no supo nada, se quedó dormido.

-¡Otra vez llegaste bien chorriado pilcate!
¡Ay mamá Nacha! No te enojes, me gané 5 agüitas y nomás me bajaron mi balín. Pero esos no me gustan, no corren igual.
Mira nomás tu cuello todo chueco, y la camisa salida del pantalón, pareces borracho, métase a bañar otra vez, que parece que trapea con el uniforme.
Pero me vas a dejar ir a jugar al rato, ya casi me gano todas las canicas del Santiago y del Dante.
Doña Nacha nomás meneaba la cabeza de izquierda a derecha, pero el chamaco siempre terminaba por convencerla.

Al otro día era diez de mayo, el niño recitaría en la escuela. Juanito se durmió temprano, doña Nacha quería toparse al Juan y reclamarle el abandono de su hija. Supo que venía en una camioneta grande y que estaba gastando harto dinero en el billar. No quiso meterse en esos lugares, pero esperaba encontrarlo para decirle unas cuantas frescas.

Tempranito llevó al niño a la escuela, lo miró recitarle y se sentía la mujer más orgullosa, descubrió cuánto le gustaba que le dijera mamá Nacha. Esa tarde lo dejó ir a jugar de nuevo con Santiago y con Dante.  Esa misma tarde ya no lo volvió a ver vivo. El desgraciado de Juan que se la pasaba tomando en el billar tomó la camioneta y se echó en reversa, sin darse cuenta que unos niños jugaban canicas atrás, sin darse cuenta que atropellaba a Santiago y a Juanito. Sin percatarse que otra vez le destrozaba la vida a Isela y a Doña Nacha y de paso a una familia más. Dante salió corriendo despavorido, llorando la muerte de sus amigos. Juan se dio a la fuga dejando mujer e hijos. Fueron por Isela a México nomás para que enterrara al chamaquito.  

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