lunes, 24 de octubre de 2016

El final que no llegó

Aquella noche, Sheresada supo que ya no tenía más historias: Mil y una noches se pasó contando historias tratando de sacar de su memoria, de su fantasía, de su religión y de su moral cada palabra que inundara de maravillas un mundo que estaba vacío, llenó de paisajes y de personajes, aquel castillo que solo conocía de sirvientes y de realeza.

En ese momento le llegó la certeza de que el sultán dispondría de su cabeza, que su sangre se derramaría por solo algunos minutos, que toda una vida, se le escaparía en cuestión de instantes. Es noche quiso ver el rostro del Sultán, quiso al menos decirle que estaba vacía, que ya no tenía más historias, que no habría un Simbad que pudiera llevarla en su barco y salvarla de su cruel destino, que ni el genio más poderoso, ni la alfombra voladora más eficaz lograría alejarla del filo de el sable que los esbirros del Sultán empuñarían en su contra. Sabía que había logrado tiempo,  casi 3 años, pero sabía que su tiempo había terminado.

En el preciso momento que vio al sultán a los ojos, como último recurso, le dijo: "Sé que he podido ganar tiempo, no sé contar una misma historias dos veces, y no porque la historia cambie, sino que al cambiar la página, el gran lector no puede volver la vista atrás.

El Sultán se sintió desconcertado, guardó silencio, como cada una de esas noches: mil y una, pero de la boca de Sheresada no saldrían más historias. El sultán le pidió la siguiente historia, después de un rato de largo silencio. Sheresada insistió: no puedo regresar las páginas.
En ese momento el gran lector cerró el libro, no podía creer que la vida de la narradora de historias tan maravillosas terminara en ese momento. El tiempo se detuvo y tanto el sultán como Sheresada permanecieron congelados en una mirada eterna de un amor que nunca se concretó, por los temores del gran lector, que no quiso enfrentar un final, luego de haber leído, mil y uno.

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